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El poder de los terceros desconocidos.

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¿Habrá algo que desestabilice más que la sentencia, TENEMOS QUE HABLAR?

 

En días pasados tuve una conversación con una amiga que está totalmente descontenta en su trabajo actual (mal ambiente laboral), y ese descontento es producido por la persona que tiene como jefe. En esa conversación, ella me contaba lo incómoda que estaba por una reunión a la que la convocaron en la que le manifestaban que se sentían a gusto con su desempeño y que querían que siguiera aportando ideas y profesionalismo. 

En circunstancias normales, una personas habría aceptado la realidad, e incluso habría dado las gracias por ese gesto. Pero ella, sumida en la presuposición –pero sobretodo en el miedo a quedarse sin trabajo– en lugar de tomar eso como venía, gastó muchas horas de su día tratando de entender el «mensaje que había detrás» (porque de eso tan bueno, no dan tanto, dice un refrán popular). 

Mientras ella no comía, no dormía, no comía bien y, por supuesto, no descansaba ni disfrutaba, sus jefes parecían estar muy tranquilos, pues a ellos no les afectaba su incomodidad. 

Alguna vez leí esta frase en un libro de Deepak Chopra: «En donde la atención se pone, la energía fluye«. Y creo que eso tiene mucho sentido. Mientras unos se desgastan intentando entender por qué las personas se portan como se portan, quienes se portan así, dominan nuestras emociones. Si no, ¿cómo es posible que más del 50% de las personas a quienes les dicen «tenemos que hablar«, se desestabilizan tanto? 

En una charla sobre liderazgo a la que asistí en una universidad de Bogota,  hace algunos años, un colega conferencista (mexicano), nos contó una anécdota sobre lo emocionante que fue asistir en Ciudad de México a una conferencia de Daniel Goleman, el autor de ‘Inteligencia emocional’. Muy entusiasmado, este colega invitó a su esposa (sicóloga) para que viera en vivo a semejante «eminencia«. Ella, no tan fan del autor, se negaba a ir, pero ante la insistencia, accedió. La conferencia duró cerca de tres horas. A la salida, el esposo le pregunta: 

–¿Qué tal te ha parecido esta espectacular conferencia?

– Pues, ¿qué te dijera? Gastar tres horas para decirnos que el que se «emputa», pierde. Una conferencia que habría podido ser un meme. Definitivamente, de haber sabido que era así, no vendría.

 

«El que se emputa, pierde», ¡qué buena definición de inteligencia emocional

 

Dejarnos desestabilizar con los estímulos –activos o pasivos– que recibimos a diario, parece ser la razón de darle tanto poder a terceros desconocidos.  

Si bien somos una especie que aprende modelando (copiando a otros), parece que la constante comparación (o necesidad de aprobación) nos tiene relegados a los deficientes niveles de empoderamiento individual. ¿Será el miedo al qué dirán? ¿El miedo a no ser reconocidos? ¿el miedo a no ser aceptados? ¿La necesidad de pertenecer? ¿La imposición de las jerarquías? No lo sé, y me gustaría saberlo. 

¿Qué pasaría si creemos más en lo que nosotros somos y hacemos, y nos sostenemos en esa posición? ¿Qué pasaría si en lugar de darle tanto poder a terceros, tomamos lo que nos dicen tal y como viene (sin interpretación y mucho menos, presuposición)? 

Podría hacer de nuestra propia vida algo más tranquila, y con mayor autonomía. No puede ser posible que haya gente –como mi amiga– sufriendo así, no solo porque sus jefes abusan de su autoridad, sino porque ella les otorga el poder que no tienen

¿En qué momento le otorgamos tanto poder a terceros desconocidos?

 

Ricardo Gómez Garzón

Musiconomista

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