Mucha acción y poco impacto
«Toco muchas notas y rápido porque al público le gusta, pero no puedo hacer eso todo el tiempo».
Paco de Lucía.
Una de las cosas que más me desgastó cuando ejercía como guitarrista fue la agotadora disciplina que debía tener para lograr la destreza y precisión técnica con el instrumento. Estudiaba hasta 4 horas diarias (hay otros que estudian muchas horas más) enfocado muchas veces en solo ejercicios meramente técnicos, que permitirían a la postre lograr la musicalidad que se requería. Sin embargo la sensación era la de mucha acción y poco impacto.
La ingratitud de ser y vivir de la música radica en que por más que estudie uno la técnica y las obras, si no encuentra musicalidad o si no encuentra impacto en el público, esas horas de estudio parece que no contaran, pues nadie las va a agradecer.
Entonces, tocar una obra con el mayor nivel de técnica sin la musicalidad (es decir, sin el conjunto de emociones que se requieren para emocionar a la audiencia) necesaria, puede que no haga efecto en el público como debería. Ahora, en un mundo tan revolucionado como el de hoy, donde parece primar más la cantidad de acciones que la calidad de las mismas, tal vez tenga eco en el público pero en un plazo muy corto.
En el libro MUSICONOMÍA, se lee una frase que dicta: «La técnica sin un para qué puede en ocasiones servirnos de nada«. Y hace referencia a que si no hay un motivo, o un foco de aplicación de esa técnica, al final no tiene mucho sentido desarrollarla. Hasta el punto de que puede frustrar a quien la desarrolla. En música no es suficiente con tocar bien, se necesita tocar bien y ¡EMOCIONAR!
Y hablo sobre esto porque me he encontrado con organizaciones enfocadas en desarrollar técnica mas no musicalidad. Tienen procedimientos acorde con su jerarquía, sus planes de mercadeo y de estrategia, pero no generan mayor impacto en la audiencia, o generan impacto negativo en esta. Por estar pendientes de que cada acción en el procedimiento se cumpla, el público puede salir despavorido. Y si no tiene otra opción, no se llevará un buen recuerdo de esa experiencia.
El cantautor Silvio Rodríguez critica a sus colegas jazzistas cubanos porque -según él- «hacen demasiado ruido cuando tocan» (haciendo alusión a que no tienen en cuenta el silencio y se mantienen tocando). Y estos a su vez piensan que aportan más si están tocando que si están en silencio. De la misma manera se portan las empresas que me preocupan: ¿De qué sirve atafagar al ambiente de un sinnúmero de acciones si estas no están teniendo el impacto en la audiencia que le permita disfrutarlas?
Hacer música no es una carrera por tocar las notas y ver quién llega primero. Tampoco se trata de meter dentro de un compás el mayor número de notas posible para atraer al público. Si bien esos actos arriesgados de velocidad extrema pueden llegar a ser divertidos, no es el foco central de la música. El quehacer musical, sobre todo el quehacer del creador musical, es tener claridad de cuántas notas y silencios requiere la historia que quiere contar. La cantidad justa. Ni más ni menos.
Las empresas son musicales, y algunas se ocupan más por desarrollar la técnica que por desarrollar la musicalidad, y los clientes siempre volverán al lugar donde los hicieron sentir muy bien (con la cantidad de acciones adecuada), y no solo a eso esos lugares donde -aparentemente- hacen las cosas con muy bien desde lo técnico, pero no generan ninguna emoción satisfactoria.
Mucha acción y poco impacto es el reflejo de estrategias inmediatistas que no solo implica costos de operación altos, sino también costos de oportunidad.
Pausar la operación por un instante y, desde el silencio que esto propone, analizar cada proceso para reducirlo a su mínima expresión de tal manera que mantenga la esencia de la «obra», y tenga un sonido placentero para la audiencia, es una de las acciones diferenciales que más impacto podría tener para una organización en medio de este ajetreado siglo XXI.
La innovación es ese constante replantear la realidad para ajustarla acorde con las necesidades del momento. Y ajustar el número de acciones de un proceso para que tengan impacto es de por sí, un acto de innovación.
Y tu, ¿mucha acción y poco impacto?
Ricardo Gómez – Musiconomista